Domingo II, Cuaresma B

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En domingo, Abraham, el padre de los creyentes demuestra tanta confianza en Dios que hasta es capaz de responder a algo casi imposible como es sacrificar su propio hijo Isaac. De esta gran fe, el servidor de Dios cosecha bendiciones. Nada tiene de sentido lo de Abraham si se separa de la entrega de Jesús que se sacrifica para nuestra salvación. Es decir que el sacrificio de Abraham tiene sentido sólo como respuesta de un creyente que quiere responder al amor de Dios. Abraham quien ha sido escogido por Dios, sabe que todo lo que puede realizar debe ser una respuesta a la generosidad de Dios. Es conocido que Abraham tuvo que abandonar su tierra natal porque Dios quiso guiarlo hacia una tierra de las promesas. Movido por su fe, pudo ir más allá, renunciando a vivir instalado.

Hoy, la primera lectura, nos presenta otra grande petición que le hace Dios: “Toma tu hijo, a tu único, al que amas, Isaac…”(Gen22, 1-2.ss). Esta petición de ofrecer al hijo nacido de Sara cuando ya había entrado en edad es una prueba de la fuerza con la que Abraham ha amado a Dios. ¿Será que Dios quiere la muerte de Isaac o quiere sondear cuál puede ser la fe y la obediencia de su servidor Abraham? Aquí se anticipa lo que ocurrirá con el hijo único de Dios que se entregará a la muerte para rescatar a muchos del abismo del pecado.
Abraham representa a alguien con tanta confianza en Dios que nada lo hace de lo que Dios le pide. Porque sabe que el Señor no lo defraudará: “Tenía fe, incluso cuando dije: ¡Qué grande es mi desgracia! ¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos!” (Salmo 115, 10).

El evangelio (Mc 9,2-10) representa la grande confianza de Jesús para con los que él ama. La transfiguración del Hijo de Dios ante sus apóstoles elegidos para la ocasión es un signo de que Dios siempre se nos manifiesta. Lo hizo antes por medio de los profetas. Lo sigue haciendo hoy. Y al cumplirse los tiempos, se manifestó en su Hijo Jesucristo: “Este es mi Hijo querido muy querido, escúchenlo” (Cf. Mc 9, 2-10). Pero la gran manifestación de Dios se realizará cuando sea resucitado Cristo de entre los muertos. Por eso importante que los testigos de la transfiguración mantengan el secreto hasta ese gran día de la resurrección. A Jesús hemos de escuchar los hermanos, en los acontecimientos, en los pobres, en su Palabra… En él, confiemos.
Solo una cosa es cierto, los que mantienen su confianza en Dios, nada tendrán que temer. Nada les dará miedo. Saben que: “si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? (Rom.31): Nada puede contra nosotros”. Una gran lección para nosotros hoy. Asesinados, muertes por inseguridad, indignados, maltratos, abusos y dominación, falta de trabajo, desempleo, problema de acceso a la educación superior en ciertas parte de nuestro planeta, problema desigualdad… todos esos son unos de los problemas que nos atormentan. Pero, acaso debemos tener miedo. ¿Por qué deberá uno asustarse por una dificultad si sabe que su suerte está en las manos de Dios y que está en cada uno de nosotros la capacidad de aportar para una buena transformación?

Tengamos puesta nuestra confianza en el Señor porque por medio de Jesucristo, Él nos hará triunfar sobre las dificultades y los obstáculos que podemos encontrar en nuestro peregrinar en este mundo presente donde Dios nos acompaña. Ya que Él no puede abandonar a sus creaturas, Dios será siempre nuestro refugio y cómplice en nuestro diario vivir: ¿Acaso confiamos lo suficiente en Él? ¿Dejamos a Dios actuar en y por nosotros?

P. Bolivar Paluku Lukenzano, aa.