Llegamos al final del año litúrgico. Este domingo XXXIV del ciclo B viene a cerrar el caminar de todo un año lleno de muchas bendiciones y gracias que hemos recibido domingo tras domingo en nuestras misas/eucaristías. Ya el próximo domingo iniciamos el tiempo de Adviento.
¿Qué ha significado este año para nosotros? Con Cristo, hemos aprendido a los largo de este recorrido que el amor es la fortaleza y el sello de los discípulos de Jesús. Dicho amor se alimenta de la fe y la confianza en Dios. Lo cual nos mantiene firmes incluso cuando nuestra certeza de ser mortales nos remece con las dificultades del día a día. Confiamos que en Dios viviremos para siempre y reinaremos sin fin con Jesucristo cuando sepamos servir a los demás con sinceridad y entrega. ¿Qué significa la fiesta de Cristo Rey sino un reconocimiento de que el Salvador ha venido a instaurar una manera nueva de reinar y de destacarse por el servicio a los demás? Jesús es Rey porque ha traído consigo un nuevo modo de vivir conscientes de ser amados por Dios y de estar dispuestos a transmitir ese amor en nuestro trato a nuestros semejantes. ¿Cómo puede un pobre carpintero ser rey del universo?
Delante de Pilato, Jesús afirmó: “Mi realeza no es de este mundo” (Jn 18, 28). “El que es de la verdad escucha mi voz” ib.
Es importante recordar que Jesús hace esta afirmación sobre su realeza estando cerca de ser condenado a muerte. Él ya ha asumido que su vida terrena llegará a su fin y no tiene ningún problema en recalcar que nada, ni la muerte, puede anular su reino de amor entregado, de paz y de justicia. De hecho, la realeza de Cristo no está sometida al dominio temporal ni político. Es una forma nueva de relacionarse con el mundo desde la verdad. Entonces, ¿de dónde y por qué persiste la violencia, la codicia, la humillación de tantos hombres y mujeres que siguen sufriendo injustamente en este mundo tan querido por Jesús, el Rey pacífico y tierno? Por algo, nos dice que: “El que es de la verdad escucha mi voz”; ya que el mismo ha venido como “testigo de la verdad” (cf. Jn 18, 37). Insiste Jesús que con Él viene a reinar la verdad. No a la manera del mundo, sino según la franqueza, transparencia y la sinceridad de Dios. Jesús no reinó como los poderosos de este mundo. La humildad y la sencillez son sus caminos para instaurar la paz y liberar a los cautivos de la soberbia y de la vanidad.
Como ya vemos, la realeza de Jesús no tolera los que someten a los pueblos. No soporta los que explotan injustamente a sus semejantes. Está lejos de los que ciegamente se dejan arrastrar por sus ambiciones egoístas.
La primera lectura del Profeta Daniel decía claramente que “su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido” (Dn7, 14), justamente porque su amor se mantiene para siempre.
Es en este Jesucristo en quien creemos. En su “primacía” de amor y en su cercanía sincera con nosotros. Claro que Él, siendo Rey eterno, su mano bondadosa nos apoya y nos sostiene en todo momento y en todo lugar. Por eso, nada perturba nuestra esperanza en los momentos difíciles, ni la inestabilidad, ni la crisis. Total, Él es “el Alfa y la Omega,… el que es, el que era y que viene” y vive y reina por los siglos. Amen.
P. Bolivar PALUKU LUKENZANO, aa.