Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi) C: ¡Comulgar= ser uno con Cristo!

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La fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo es oportunidad de contemplar la presencia de
Jesús en las especies transfigurados de Pan y vino. Es reconocer que las especies consagradas del pan y del vino se convierten milagrosamente en el Cuerpo y la sangre de Cristo según el último deseo del mismo Salvador Jesús, en su última cena con sus amigos. 
El mismo Jesús dejó este regalo de su cuerpo y sangre como la mejor manera de
conmemorarlo y de revivir su presencia en medio de nosotros. Esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi) fue instituida en el siglo XIII (hacia 1264 cf. La hoja de “El Domingo”, Santísimo cuerpo y sangre de Cristo) cuando un sacerdote lleno de duda sobre el milagro fue sorprendido con unas gotas de sangre que cayeron de la hostia a la hora de partirla.
Sabemos bien que, desde la última cena, nuestro Señor y Salvador Jesucristo compartió con sus apóstoles; éstos siguieron celebrando en memoria suya. Recordaba la presencia física del carpintero-Dios que había hecho camino con ellos y que terminó colgado en la
cruz, como prueba de amor por la humanidad. El mismo Jesucristo demostró con su resurrección la prueba de su fidelidad al plan que Dios tiene de salvarnos. Jesús, el Hijo Único de Dios, es quien nos da su cuerpo y su Sangre. Un solo Pan sagrado que alimenta a una multitud de personas, una misma copa de sangre para muchas personas. ¿Qué dice la
Sagrada Escritura de todo eso? El antiguo Testamento, leemos en la primera lectura del Génesis 14,18-20 que muestra cómo Melquisedec, sacerdote, hizo traer pan y vino en ocasión de la bendición de Abraham (Gen 14, 18), y luego imploró la bendición de Dios sobre Abraham. 
San Pablo, en su 1ª carta a los Corintios 11, 23-26 (en la segunda lectura) relata la última cena donde Jesús expresó la voluntad de estar para siempre con los suyos en su cuerpo y sangre. Pablo da fe que él ha recibido esta experiencia y que él la transmite a los corintios y a nosotros hoy: “tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: esto es mi Cuerpo, que se entrega
por ustedes. Hagan esto en memoria mía… Esta copa es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Siempre que la beban háganlo en memoria mía” (1Cor 11: 24-25). Tal es el misterio que se proclamará y que proclama en este día de la fiesta del Cuerpo y sangre de Cristo hasta que Él vuelva. Es el misterio de nuestra fe que palpamos y contemplamos en cada eucaristía y que nos mueve a entregarnos a los demás. 
Y el evangelio de san Lucas 11b-17, nos lleva a la multiplicación de los panes como una excelente experiencia de dar a conocer a Jesús como el pan de la Eucaristía que alcanza para todos cuando sabemos compartir y pensar en el prójimo. Nos exhorta: “Denles de comer ustedes mismos” (Lc 9,11). Nos recuerda con eso que la Eucaristía es Jesús que se nos entrega con amor y que recibimos con fe para compartirlo y unirnos en Él. Para que, en su nombre, sepamos darle de comer a los hambrientos y sepamos responder
generosamente a las necesidades de nuestros semejantes. Porque cuando nos
disponemos a compartir todos pueden “comer hasta saciarse” (Lc 9, 17). Comulgar es recibir “remedio para el alma o levadura de inmortalidad”; es el “alimento verdadero, antídoto para no morir ya, es la comunión gozosa de amor, su fiesta” (San Ignacio de Antioquia).
Con la adoración a Jesucristo, Pan vivo, alimento de la vida eterna, encomendamos nuestra vida a Dios. ¡Que podamos descubrir en la sencillez y en el dolor de los que sufren injustamente ese mismo cuerpo de Jesús que clama por justicia y por el alivio porque sólo así seremos testigos de Jesús-Eucaristía! ¡Que nuestro compromiso con la vida nos lleve a identificarnos con Cristo, el generoso Dios, que se nos da en la comunión como alimento de vida eterna, alcancemos a ser y vivir como Él, dispuestos a entregarnos por amor! …

P. Bolívar PALUKU LUKENZANO. aa