Pentecostés: VEN ESPIRITU SANTO Y RENUEVANOS CON FUEGO DE AMOR…

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En Pentecostés celebramos la efusión del Espíritu Santo de Dios. La primera comunidad de los discípulos recibe de su Señor, el don que Cristo les prometió. Nos situamos en el contexto de la resurrección. Los discípulos están habitados por el temor y miedo. Es cuando se les aparece Jesús diciéndoles: ¡La paz esté con ustedes! Se alegran al verlo ya resucitado. Es hora de salir para anunciar la Buena Noticia de que la vida vence a la muerte. Los envía, así como él fue enviado por su Padre Dios. Sabe el Señor que, solos, sus amigos no podían mucho. Les regala la presencia del
Espíritu. Por eso sopla sobre ellos diciendo: “reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22).
Hoy, con la complicada situación de la vida, El mismo Espíritu que resucitó a Jesús nos anima.
Nos despierta y nos llena de entusiasmo para dar a conocer el nombre Jesucristo. Hoy, en Pentecostés, como en cada instante de nuestra existencia, el Espíritu del Señor nos impulsa a transformar la realidad: a salir de nosotros para ir en ayuda de los demás. Nos quiere unidos desde nuestra diversidad.
El libro de los Hechos nos cuenta que hubo un cambio importante en la comunidad de los discípulos cuando bajó sobre ellos el Espíritu. De ser una comunidad miedosa, temerosa y triste por la muerte de su Maestro, pasaron a ser unos valiosos anunciadores de las maravillas de Dios por la fuerza del Espíritu Santo. Una comunidad encerrada entre cuatro paredes llega a ser una comunidad con las puertas abiertas que va al encuentro de todos los pueblos; una comunidad que habla en un
lenguaje comprensible por todos. Así es como actúa el Espíritu de Dios. Llena el corazón de los creyentes para que nos comprometamos con el bien. Nos llena de vida para lanzarnos a la misión:
“se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en distintas lenguas”.
Nos alegramos porque ese mismo Espíritu vivifica hoy nuestra Iglesia; actúa en nuestra historia. Porque ese mismo Espíritu que resucitó a Jesús y que prendió a los apóstoles con su fuego de amor quiere que seamos protagonismo de cambios transformadores. Actúa en la Iglesia cuando celebramos los sacramentos, asiste el servicio de los que guían los quehaceres de nuestra comunidad eclesial. El Espíritu realiza en nuestros corazones “las mismas maravillas que obró en los comienzos de la predicación evangélica” (Catecismo 1992).
El mismo Espíritu siendo uno solo reparte sus muchos dones para el bien común. Es él quien suscita y hace florecer tantas comunidades cristianas llenas de fuerza, y anima en ellas movimientos muy vivos. Guía a la Iglesia en su camino de fidelidad a Jesucristo. Nos inspira a sintonizar con la
voluntad de Dios en oración personal. Bien tenía razón san Pablo cunado nos dice: “nadie puede decir Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu”.
En el momento de la amenaza, el Espíritu Santo nos da fuerza y valor para nos bajar los brazos, a no callar la verdad, a no resignarnos ante las tormentas. Cuando el riesgo de las divisiones tienta a las personas, el Espíritu de Dios “que en Pentecostés unió a los que “hablaban en lenguas diferentes”, nos orienta a promover unidad y a superar todo tipo de fisuras sociales.
¡Cómo no agradecer a Dios por los dones del Espíritu Santo que sigue regalándonos:
fortaleza, piedad, temor de Dios, consejo, entendimiento, sabiduría, ciencia! Demos gracias a Dios por la presencia del mismo Espíritu que actuó en María de Nazaret haciendo de ella madre de Jesús- Hijo de Dios; por el mismo Espíritu que resucitó a Jesús; el mismo Espíritu que bajó sobre la comunidad el día de Pentecostés y la llenó de vida.
Pidamos que Dios nos haga dóciles a la voz de su Espíritu que nos habla al corazón para que tomemos decisiones correctas, y vivamos siempre y en todo lugar como templos vivos de Dios que vive y reina por los siglos de los siglos…

ENVIANOS TU ESPIRITU SEÑOR Y RENUEVA LA FAZ DE LA TIERRA…)

P. Bolivar Paluku, aa