En este Domingo de la Presentación del Señor al Templo, admiramos la fidelidad de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, que persevera en el cumplimiento de los mandamientos de Dios. María y José tienen la dicha de toma en sus manos a Jesús-Niño-Dios, y lo presentan al templo, pero descubren que Él es la Luz que ilumina las tinieblas del mundo. Simeón, el anciano piadoso y fiel a Dios, les ayuda a entender que encuentro con Jesucristo transforma la vida de la persona. Porque Él es el SALVADOR de todos los que se abren a su presencia. Es para las naciones (Lc2,32).
Hoy, nosotros tenemos esta misma dicha de contar con la gracia de la Salvación: ¡Qué bueno sería hoy consagrar algunos momentos para agradecer a Dios por su presencia siempre reconfortante en cada momento de nuestra existencia! Jesucristo sea la LUZ que disipa las tinieblas que nos obstaculizan y que sepamos ser signos de luz para quienes sufren dando esperanza y palabra de aliento! Si Jesús se dignó presentar al Templo del Señor, ¡Cómo quisiera presentarme a Dios con todo mi ser para que Él me siga iluminando y sanando!
San Lucas nos regala el testimonio de Simeón que da gracias a Dios por haberle permitido ver la luz de Jesús (Lc 2, 22ss). Con Simeón, podemos entender que la historia de Jesús es la historia de la Luz que se hizo hombre. Es la historia de la Luz que lucha contra las tinieblas. Es la historia de la Luz que algunos pretendieron apagar durante la Pasión. Es la historia de la Luz que, al morir, deja la tierra sumida en las tinieblas. Pero es también la historia de la Luz que sale del sepulcro para contagiar a todos los cristianos.
Desde el bautismo, todos somos luces, responsables de comunicar a otros la seguridad, la alegría y la esperanza que nos regala Cristo resucitado. Dice Jesús: “Ustedes son la luz del mundo. No se enciende la lámpara para esconderla, sino para ponerla en un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa. Por eso, que la luz de ustedes brille ante los hombres, para que vean sus obras y den gloria al Padre que está en los cielos” (Mateo 5, 14-16).
Jesús de las naciones es signo de seguridad, porque la luz es seguridad: de día todo nos parece más claro y caminamos con tranquilidad. De noche, cuando el miedo nos asalta, prendemos una luz para darnos valor y sentirnos más seguros. (Las luminarias de nuestras calles, y de las plazas son signos de seguridad). Ahora bien, el evangelio nos recuerda que Cristo es seguridad: está siempre con nosotros y ya nada tenemos que temer. El triunfo definitivo de Jesús sobre las tinieblas, sobre el sufrimiento y la muerte, nos da la seguridad y la serenidad suficientes para enfrentar los momentos y las situaciones de dolor y desgracia. Con El tenemos la seguridad de que el triunfo definitivo nos pertenece.
Es a la vez signo de alegría, porque la luz les da colorido a nuestras fiestas. La luz es signo de alegría. Las tinieblas simbolizan temor y tristeza. Estando con Jesucristo no tenemos derecho a dejarnos doblegar por la angustia y la tristeza. Nos recuerda que, como cristianos, nuestra tarea es devolverle la alegría a nuestro mundo sufriente y sufrido, que debemos estar cerca de los que sufren y de los que tienen una pena que llorar. Con nuestra manera de vivir, los demás tienen que notar que Jesucristo está con nosotros y que nosotros estamos con El.Llamados a ser signos de esperanza, porque la luz de Cristo orienta nuestra vida. Cuando caminamos en la oscuridad es siempre alentador divisar una luz que nos guía. Al iniciarse hoy, la Novena de N. Sra de Lourdes, María nos recuerda que Jesucristo es nuestra única esperanza. Y que tenemos que ser luz que alumbre a los demás: ¿Cómo me conecto cada día con la luz de Cristo? ¿A quiénes alumbro yo en mi vida y de qué manera lo hago ?
P. Bolivar Paluku Lukenzano, aa.