En estos tiempos duros y en todo tiempo, Dios no cesa de preocuparse de nosotros. Su llegada a nuestra realidad siempre sorprende. Viene en forma tan común que, a veces no llegamos a advertir su presencia. No creer en su acción en nuestra vida, rechazar su presencia tiene consecuencias nefastas: las de perder la oportunidad de no disfrutar de sus milagros en medio de nosotros y de sus maravillosas sorpresas en lo cotidiano.
En el evangelio (Mc 6,1-6) los vecinos de Jesús se encuentran en la dificultad de escucharlo porque conocen su “origen” humano: sabe de sus familiares. Y se preguntan: “¿No es acaso el carpintero hijo de María?”. Y, frente a los milagros que realiza, se escandalizan diciendo: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos milagros que realizan sus manos?” (cf. Mc 6, 1-6). No han sabido pasar de los cuestionamientos a la confianza en el Salvador. Una cosa es saber de Jesús y otra es conocerle, encontrarse con Él y dejarse convertir y dejarse transformar por Él.
En la primera lectura el profeta Ezequiel encara la falta de confianza en Dios por parte de sus contemporáneos. Ezequiel critica a esos “hombres obstinados y de corazón endurecido” (Ez 2, 2-5). El profeta critica la incredulidad de los israelitas. Claro que, con las críticas de este profeta, Dios quiere darle una nueva oportunidad a su pueble para evitar que se pierdan sus hijos. En la segunda lectura, se nos presenta una experiencia de humildad de San Pablo. Él reconoce sus limitaciones a pesar de tener una gran misión la de anunciar el evangelio sin desaliento. Enfrenta sus contradicciones personales y al mismo tiempo capta que Dios va con él. Vive como en una cierta contradicción interna entre la presencia de Dios en su vida y sus altibajos personales. Pablo dice “tengo como una espina clavada en mi carne, un ángel de satanás que me hiere” (2Cor 12, 7-10). Es una muestra de que Pablo se conoce y reconoce sus capacidades y sus falencias.
En efecto, ante el misterio del Dios de la vida y frente a la grandiosa tarea de evangelizar, es el mismo Pablo, con sus defectos y sus debilidades, quien debe anunciar la Buena noticia. Pero, hay, en él, algo más grande que la contradicción. Sabe captar esta voz del Señor que le asegura: “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad” (2Cor 12, 9). Pablo manifiesta que ya sabe que el éxito de su misión no depende tanto de sus fuerzas: ¡Qué humildad, cierto! La de saberse equipado de dones espirituales a pesar de las limitaciones personales. ¿Qué fortaleza tienes que no hayas recibido de Dios? ¡Todo es gracia de Dios!
Pidamos a Dios la gracia de creer en Él en toda circunstancia; mantener viva la confianza y la esperanza en Dios. ¡Que sepamos dejarnos guiar por su amor! ¡Que Cristo encuentre en nosotros un espacio de crecimiento de su plan para salvar y consolar! ¡Y que seamos humildes a la hora de servir a los demás, así como en los momentos de cumplir con nuestras tareas! Que sepamos decirle: ¡Señor Jesucristo, solo me basta tu gracia!
P. Bolivar PALUKU LUKENZANO, a.a