Siguiendo la reflexión del domingo pasado, Jesús continúa presentándose como “el pan vivo bajado del cielo,…este pan que permite vivir eternamente”. ¿Por qué insiste tanto en repetirnos que Él es el pan de la vida?
Veamos el contexto: Frente a un grupo de personas que se han resistido a su mensaje de la salvación, porque supuestamente lo conocían a él, a su “padre” y “madre” adoptivos, Jesús recalca que él es mucho más de lo que ellos conocen. El es el Hijo de Dios que ha venido de lo alto para conducirnos hacia Dios. En Él y solamente en Él está el puente unificador entre nuestra realidad y la realidad de Dios. Pero, para llegar a vivir profundamente según lo que Dios quiere de nosotros, debemos emprender un camino que pasa por el mismo Jesús. Claro que Jesús es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6).
Es el camino que hay que recorrer con fe y amor. Como en todo tipo de viaje, necesitamos alimentarnos para mantener firme nuestra marcha, y Jesús lo sabe bien. Por eso se nos regala como el “pan” necesario para llegar al final de nuestro peregrinar por el mundo: “Yo soy el pan bajado del cielo” (Jn 6, 41). “Yo soy el pan de Vida”, “el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo” (Jn 6, 51).
Para gozar de la fortaleza que da este pan bajado del cielo, es preciso creer que Jesús es el enviado de Dios. Es decir, hay que reconocer en Jesús el regalo del amor de Dios que nos vivifica, que nos sostiene y que nos refuerza cuando nuestros pasos se debilitan. Es dejar que Dios haga de nosotros un lugar donde el pan de vida se parte para llegar a alimentar a una multitud. Mejor dicho, es dejarnos atraer por Dios, dejarse guiar por Él porque quiere conservarnos para la vida eterna. Jesús nos anima a continuar nuestra marcha hacia Dios contando con Él como el verdadero alimento “que desciende del cielo” y porque “aquel que lo coma no morirá”.
¿Cómo, no? Si en la primera lectura se nos presenta una experiencia del profeta Elías, quien después de encontrarse sin fuerza en su camino y de sentirse un poco derrotado, contó con la ayuda del ángel de Dios que lo animó en estos términos: “¡Levántate, come porque te falta mucho por caminar!”(1Rey 19,7). Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb” (1Rey 19, 8). Hoy lo mismo, Jesús nos dice: coman del pan bajado del cielo y sigan el camino de la vida eterna, manteniendo fuerte su fe en Dios. De allí que con el salmista podemos decir: “Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloria en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren… ¡Gusten y vean que bueno es el Señor! ¡Felices los que en Él se refugian!” (cf. Sal 33, 2-9).
¡Que la participación en la Eucaristía, banquete del cuerpo de Cristo, “pan bajado del cielo”, nos haga generosos, que nos abra a la exigencia del compartir bondadosamente el pan de cada día, el pan de la palabra, el pan del servicio a los demás, el pan de la escucha, el pan de la acogida! Que al participar del “pan bajado del cielo”, en la comunión eucarística, nos comprometamos a ser como Cristo, un signo de esperanza y de ánimo para nuestros semejantes, hoy, mañana y por los siglos de los siglos. Amen…
P. Bolivar Paluku, a.a.