En este domingo, la liturgia de la Palabra de Dios nos invita a reflexionar y profundizar sobre nuestras convicciones de fe. La insistencia del ciego de Jericó nos lleva a pensar sobre qué valor tiene nuestra perseverancia en la oración en los momentos difíciles de nuestra vida y la disposición a dejar que él actúe en nuestras vidas.
La lectura del libro de Jeremías (31, 7-9) nos insta a gritar jubilosos que el Señor ha salvado a su pueblo, al “resto de Israel”. El Señor hace venir su pueblo de todos lados del mundo, los hace salir de sus angustias, de sus males para darles el consuelo: “Habían partido llorando y Yo los traigo llenos de consuelo… porque Yo soy un padre para Israel (mi pueblo)” (id.)
El salmo 125,1-6 nos recuerda que el Señor hizo grandes cosas por nosotros, Él transforma el llanto, el cansancio del sembrador en alegría.
El evangelio de Mc 10, 46-52 nos presenta el caso de un hombre limitado: un mendigo-ciego. Cuando Jesús pasa a su lado junto a sus discípulos, saliendo de Jericó; Bartimeo, el ciego mendigo sentado junto al camino se entera de la presencia de Jesús. Grita a Jesús, suplicándole que se apiade de él: Hijo de David, ten piedad de mí. Jesús lo escucha y le pregunta: ¿Qué quiere que haga por ti? “Maestro que yo pueda ver”… “Vete tu fe te ha salvado”… y comenzó a ver… ¿Qué me (nos) dicen estas enseñanzas de la palabra de Dios que se nos regala hoy? ¿A qué nos invita hoy el Señor?
¡Ojalá podamos cultivar la confianza en Dios quien es nuestro apoyo y nuestro Salvador, incluso en los momentos de desaliento! El Señor que nos ama y nos conoce más que nosotros mismos quiere ser parte de cada una de las realidades que nos toca vivir. Por este mismo amor, él ha constituido a Cristo como nuestro Sumo Sacerdote, es decir como aquel que sabe y entiende lo que nos pasa, todo lo que sufrimos, todo lo que logramos y lo presenta amorosamente a su Padre celestial para que no nos falte nada.
Como en el caso de Bartimeo, el mendigo ciego, Jesús escucha la voz de nuestro clamor y nos alivia de todo mal que nos aqueja. Nos pregunta hoy ¿Qué quieres que haga por ti en tu salud, en tu familia, en tu trabajo, en tus estudios, en tus luchas…? Y luego nos dice: ¡Tu fe te ha salvado!
Mantengamos firme nuestra fe para que todo lo que nos suceda nos una aún más a aquel por quien hemos sido creados y salvados.
Por María, presentemos al Señor nuestras necesidades y con mucha fe agradezcamos todo lo que nos regala con amor. ¡Que Dios sea nuestra fuerza y nuestra alegría, que Él nos colme de esperanza y de fortaleza en todos los momentos de nuestra vida! ¡Que desde Él seamos capaces de ver nuestra realidad personal, familiar, comunitaria… para transformarla en un lugar de esperanza y de confianza en Dios!
P. Bolivar Paluku, a.a